Puntualizaciones sobre la psicoterapia de grupo con niños.

Puntualizaciones sobre la psicoterapia de grupo con niños.

Lic. Psic. Diego Torregiani

“(…) cuando los vínculos son estables, para el niño es más apasionante jugar con personas que con juguetes (…)

  1. R. Glasserman y M. E. Sirling

 

Introducción.

La psicoterapia de grupo con niños y adolescentes surge en la década de los ´40 en Estados Unidos y en Europa. Mientras que en el Río de la Plata se desarrolla en la década de los ´60, constituyéndose como una respuesta al aumento de la demanda asistencial en poblaciones de bajos recursos. Si bien su auge se dio en el ambiente institucional también tuvo un desarrollo importante en el ámbito privado. La mayor parte de la bibliografía a la que podemos acceder actualmente en nuestro medio corresponde a las décadas de los ´70 y ´80, estando influenciada por una ideología socialista.

Esta práctica terapéutica era inédita en sus comienzos por lo que sus pilares fundamentales  provinieron de la experiencia y la teoría psicoanalítica aplicada a los grupos terapéuticos de adultos y del trabajo individual con niños y adolescentes. De esta teoría adopta sus principales  fundamentos que son la actividad del inconciente y la sexualidad así como su encuadre de trabajo pero el mismo, como veremos a lo largo del trabajo, debe tener ciertas modificaciones que permitan sostener la actividad.

En los últimos años la psicoterapia grupal de niños y adolescentes ha cobrado un nuevo impulso en nuestro país, especialmente en las instituciones de salud. Pero para dar respuesta a las diversas sintomatologías que llegan a nuestra consulta es necesario actualizar conceptos tradicionales plasmados en la bibliografía y adaptarlos a las características y problemáticas de la actualidad.  

 

Sobre el encuadre y la técnica de trabajo.

El trabajo terapéutico se debe realizar en un espacio fijo, teniendo una duración que varía entre los 60 y los 75 minutos, con una frecuencia semanal siendo coordinadas por un terapeuta junto con un  co-terapeuta. En general es difícil prolongar las sesiones por más tiempo ya que resulta movilizante para los niños tendiendo a ponerse ansiosos, resultando agotador para los participantes, incluyendo a los coordinadores.   

Los grupos pueden contar con seis a diez integrantes en el que se incluyen tanto niños como niñas. Si bien los autores recomiendan que la diferencia etárea entre los participantes no sea mayor a los dos años, en la práctica es posible integrar niños con algunos años más de diferencia, aunque esto va a depender de la habilidad y experiencia del terapeuta, siendo fundamental valorar las características y el momento del desarrollo psicosexual del nuevo participante. Por ejemplo no seria conveniente integrar a un paciente de 12 años a un grupo de niños de entre 8 a 10 años ya que mientras el grupo comparte características de la latencia y asisten a la escuela, el participante de mayor edad estaría atravesado por intereses y conflictos muy distintos, como ser la pubertad, el ejercicio de la genitalidad o el pasaje a la educación secundaria.

No existe un criterio establecido que determine el ingreso de los niños al grupo terapéutico pero existe consenso entre los autores en que la decisión final al respecto la debe tener el coordinador del grupo ya que solo se puede decidir en base al funcionamiento del niño en el espacio grupal.  

Otro aspecto que se adopta de la psicoterapia individual es la utilización de la caja de juego. Esta es utilizada de idéntica manera que en el proceso individual solo que ahora es compartida entre todos los participantes del grupo por lo que hay que poner mayor cantidad de elementos. Allí se incluyen los mismos tipos de materiales que en el trabajo individual como ser masa de modelar, peluches, muñecas, autos, animales, artículos varios de papelería y plástica, naipes y juegos de mesa.  

 

Sobre la dinámica del grupo.

Héctor Garbarino (1970) y sus colaboradores hacen una distinción importante entre enfermedad grupal e identidad grupal. La primera esta constituida por el conjunto de las fantasías de enfermedad que se estructuran en cada momento por parte de cada uno de los participantes del grupo. Es más que la sumatoria de las fantasías de cada uno de los participantes, siendo la resultante de los intereses, conflictos o ansiedades de cada uno de los niños. Esta síntesis incluye los conocimientos y características del terapeuta que también forma parte del grupo, por lo que éste incide en su formación y resolución. Hace varios años había resurgido el conflicto entre Corea del Norte y Estados Unidos. En esos días tuve una sesión de trabajo con un grupo de púberes en la cual todo el trabajo giró en torno a sus fantasías persecutorias o amenazantes. Todos los pacientes se mostraban pendientes de este conflicto, discutían tanto en forma grupal como en subgrupos, caminaban por el consultorio ansiosos y exaltados, dibujaban en la pizarra y en hojas los continentes y las trayectorias de los mísiles, fantaseaban sobre las  consecuencias del conflicto, la posibilidad de una guerra mundial o de un gigantesco tsunami si una bomba nuclear explotara por error en el océano. Si bien al terminar la sesión, se mostraban mas organizados debido a las intervenciones del terapeuta, eran tan intensas estas representaciones que continuaban hablando del tema mientras caminaban por el pasillo para ser recibidos por sus padres. Este podría ser un ejemplo de enfermedad grupal, donde cada uno de los participantes daba cuenta de sus temores, de sus fantasías de muerte y de los objetos de su mundo interno al referirse a este conflicto.    

Mientras tanto la idea de identidad grupal remite a la formación de una característica del grupo, por ello suele decirse que un grupo puede ser “agresivo”, “inhibido” o “miedoso”. Estos dos conceptos se complementan y en ocasiones pueden confundirse. Por ejemplo un grupo puede parecer  “agresivo” en determinado momento porque esta expresando intensas fantasías persecutorias y de muerte ya que la enfermedad grupal que se esta expresando tiene estos contenidos. La identidad grupal se cristalizaría en el sentimiento de pertenencia al grupo y en el surgimiento del “nosostros”. Este sentimiento fue el responsable de que en una ocasión al entrar al consultorio para comenzar la sesión, lo niños se sentaran en ronda y dijeran “no podemos empezar si no está Pablo…”, el cual aún no había entrado ya que estaba en el baño. Pablo era el integrante más antiguo y más expresivo del grupo por lo que gran parte de mis intervenciones iban dirigidas o motivadas por él. El grupo hablaba a través de Pablo por lo que se fue convirtiendo en lo que Pichon-Riviere (1999) llama el portavoz del grupo. Cada uno de los integrantes se identificaba con su conflictiva y recibían a través de él las devoluciones y aclaraciones que estaban necesitando.

Ahora bien, integrar un grupo terapéutico es generador de angustia en los niños y adolescentes, sobre todo en los prescolares y latentes ya que contribuir con la enfermedad e identidad grupal implica la resignación de la identidad individual que no está aun firmemente constituida.

El grupo terapéutico es una experiencia notablemente distinta a las que puede estar familiarizado un niño. En la medida en que el terapeuta no pone penitencias o castigos, no pone calificaciones, instaura normas o límites diferentes o de mayor permisibilidad que a los que está acostumbrado, deja de ser vivido por el niño como amenazante. Por el contrario en el proceso terapéutico esta atento a los contenidos del inconciente, al surgimiento y expresión de fantasías primitivas en la que pueden participar varios niños y de temáticas importantes para los participantes. 

Del mismo modo el terapeuta se posiciona para el niño como un adulto distinto a los que esta acostumbrado. En la medida en que se muestra afectivamente estable y predecible se torna cada vez más confiable, continentador y valioso. Así el niño se vuelve cada vez más permeable a las devoluciones del terapeuta y de sus pares, habilitándolo a empezar a mostrar sus fantasías y los contenidos de su mundo interno y los conflictos que puede tener con otros niños en otros ámbitos o con sus propias figuras parentales.

El grupo a través de la permanente interacción entre sus miembros tiene un efecto multiplicador y sinérgico por el cual lo que un participante hace o dice puede ser tomado por el terapeuta, metabolizado y devuelto al grupo. De este modo los demás niños pueden escuchar esta devolución que queda resonando en su psiquismo y contribuir a generar nuevas asociaciones en el futuro. Ahora bien esta misma dinámica puede ser muy movilizante para el grupo contribuyendo a generar una espiral de agresividad, peleas o discusiones entre los participantes ya que pueden tocar aspectos identificatorios, generar rivalidades, alianzas y/o rechazo hacia algunos de los integrantes del grupo. Por ello todos los autores reconocen la necesidad de instaurar ciertos límites que apuntan a controlar las tendencias destructivas que pueden desplegarse en el grupo, evitando en los agresores un intenso sentimiento de culpa que dificulte la elaboración de la situación o su continuidad en el grupo. La experiencia indica que a diferencia de los procesos individuales las interpretaciones no son suficientes para abordar las diversas situaciones y conflictivas que se dan en el grupo. Es necesario valerse de otras técnicas o métodos como ser fomentar las discusiones, las reflexiones, el intercambio y las argumentaciones de los participantes. Estas permiten conocer sus fantasías, sus preocupaciones, nutrirse mutuamente de sus experiencias generando un efecto multiplicador en los niños propiciando el sentimiento de pertenencia y de seguridad en el espacio, lo que permitirá generar más material de trabajo. Así el terapeuta puede intervenir pertinentemente, indicando situaciones, haciendo devoluciones, marcando contradicciones o realizando los esclarecimientos que los pacientes necesiten ya que forman parte de la ilación de pensamiento del grupo. 

 

Ansiedades y tipos de defensas.

En el grupo terapéutico cada niño contribuye en la construcción de una gestalt, de una identidad y de una enfermedad grupal pero para ello debe ceder parte de su identidad individual, lo que es vivido como amenazante y por lo tanto generador de angustia. Así el niño pasa a relacionarse con un grupo que es un objeto total e integrado del cual es parte y a la vez con cada uno de los demás niños en forma independiente y que representan los múltiples fragmentos de esa gestalt. Para permanecer en el grupo los niños deben resolver esta situación que por sus características tiene un efecto psicotizante en los niños, promoviendo la utilización de mecanismos disociativos. 

Esta defensa suele presentarse acompañada junto a otras como la regresión y  fundamentalmente con la manía. La regresión kleiniana implica la actualización de vínculos objetales característicos de una etapa evolutiva anterior ya superada por el paciente. Ante una realidad desbordante y generadora de angustia el yo no encuentra otra salida que apelar a modos de relación más primitivos o que en su momento fueron evaluados por el yo como eficientes. Pudiendo representar una reactivación de la dependencia hacia la figura materna  o de la oralidad. De este modo en una sesión un niño puede pedir para salir un instante para ver a la madre, o permanecer gran parte de la sesión en silencio, realizar un juego propio de un niño de menor edad o esconderse debajo de la mesa o sillas permaneciendo en posición fetal representando el útero materno. 

Las defensas maníacas por su parte se ponen en funcionamiento durante la posición depresiva, con la finalidad de defender al objeto de los ataques ambivalentes del yo y a éste de la ansiedad y la culpa depresiva. Tienen por objetivo evitar el dolor psíquico que se genera en el niño al descubrir su ambivalencia hacia la figura materna,  cuán valiosa y dependiente es de la misma y su temor a perderla como consecuencia de su propia  agresividad.  Es importante mencionar que en una relación de objeto maníaca están presentes tres sentimientos; el control, el triunfo y el desprecio que en términos generales buscan defender al yo de la culpa e intenta negar cuánto se valora, se depende y se teme perder el objeto.

En el transcurso de las sesiones grupales los niños suelen pasar rápidamente de la tranquilidad a un estado maníaco. Por ejemplo suelen estar tranquilos jugando y conversando en la sala de espera mientras esperan el comienzo de la sesión pero apenas son llamados para entrar se muestran exaltados, hiperquinéticos, verborragicos, ansiosos por entrar al grupo mostrando dificultades para escuchar las indicaciones del terapeuta o de sus propias madres. Lo mismo sucede a la inversa, pueden estar exaltados durante la sesión pero a la hora de salir para ser recibidos por sus padres quedan en silencio como si nada hubiera sucedido durante la sesión. Este fenómeno puede tener varias lecturas, por un lado representa el cese de una situación movilizante que anuncia el retorno con la figura materna pero también puede representar el intento de los niños para que se preserve la confidencialidad e intimidad del espacio, del que solo ellos junto con el terapeuta participan. Con la recurrencia de las sesiones, que torna el espacio  cada vez más predecible y confiable empiezan a percibir que sus ansiedades y conflictivas pueden ser expresadas y devueltas en la sesión, por lo que los niños comienzan a quedar sutilmente predispuestos y más sensibles para el análisis. 

Según Héctor Garbarino (1986) la ansiedad básica en un grupo de niños y adolescentes es la ansiedad de alienación. El término es tomado de Mario Sambarino quien lo sitúa en una dimensión social y cultural y que remite al sometimiento o la subordinación por parte del individuo a una fuerza que le genera una desposesión, pérdida o desencuentro consigo mismo.   

Debido a que la dinámica grupal es regida por normas poco convencionales que le permite a los niños expresar los contenidos de su mundo interno y sus fantasías más primitivas es que son vistos por el resto de la sociedad como alienados. La sociedad adulta tiende a ocultar información y a negar la capacidad de entender y elaborar de los niños, por lo que su desarrollo afectivo e intelectual en lo que respecta a la comprensión del mundo adulto queda reducida, generando enojo y desconfianza hacia esas figuras. Esto aumenta sus vivencias de alienación al sentirse desvalorizados y desposeídos de aquello que les incumbe o que valoran, promoviendo las actuaciones ya que al no haber representaciones no hay simbolismo y por lo tanto la capacidad de ligar la libido. 

El grupo terapéutico tiene como objetivo el cambio en la estructura grupal, lo que conduciría a una mejor integración de cada uno de los integrantes a los distintos grupos como ser; la familia, la clase o los niños del vecindario.  Entonces si bien el grupo terapéutico crea una psicosis grupal y el surgimiento de distintos conflictos, su elaboración conduce a una desalienación del niño. De este modo se produce una evolución cualitativa del paciente, integrando mejor su historia de vida a su personalidad, fortaleciendo e integrando su yo, poblando su mundo interno con objetos buenos perdurables que lo acompañen, inscribiendo nuevos códigos, flexibilizando y diversificando sus defensas, promoviendo la utilización de mecanismos más evolucionadas como la sublimación, la que favorece los procesos de aprendizaje y la integración de los aspectos intelectuales. 

La caja de juegos es de vital importancia en el trabajo grupal con niños, la que debe contener variados materiales según los intereses de los participantes tomando en cuenta sus edades y sexo. Es un elemento propio de la clínica individual que es introducido en el trabajo con grupos, pudiendo representar tanto al útero materno, a los terapeutas como al propio grupo. Es una propiedad colectiva, cómo es utilizada, sus contenidos, la ambivalencia o frustración que es depositada sobre ella nos darán una idea de la conflictiva,  de las características de las relaciones objetales, de la dinámica psíquica, de los recursos yoicos y de la madurez tanto grupal como de cada uno de los integrantes. Elementos que por supuesto  debemos considerar e integrar en nuestro trabajo con y para el grupo.

Una peculiaridad de los grupos de niños y de púberes es que en términos generales todos sus integrantes juegan. Si bien debido a una regresión o inhibición un miembro nuevo puede permanecer sentado en silencio largo rato es difícil afirmar que no esta jugando o participando del grupo ya que en general permanecen atentos a las actividades de los otros niños y a las acciones del terapeuta mostrándose curiosos y sonriendo. 

A medida que pasa el tiempo el grupo de niños comienza a cohesionarse, organizándose alianzas entre sus integrantes por lo que cuando ingresa un nuevo miembro es común que este sea atacado, desvalorizado, visto como un rival que viene a competir o a quitarles el amor y la atención del terapeuta valioso. El mismo puede ser codiciado para que sea un aliado más en un subgrupo, por lo que rápidamente comienzan a competir por él. 

Se recomienda que los grupos sean mixtos y preferentemente con un predominio del número de niñas ya que de lo contrario el grupo puede tornarse agresivo, predominando los juegos y las descargas físicas y haciendo más difícil el manejo del grupo. Que el grupo esté integrado por niños y niñas no solo se asemeja más a la experiencia cotidiana de los participantes sino que facilita el análisis de todo lo que remita a la diferencia de los sexos y la identidad sexual.

La interacción entre los sexos puede ser conflictiva y movilizante para los integrantes del grupo, haciendo que se organicen en dos subgrupos. Los varones suelen realizar juegos con predominio de la actividad motriz; juegan a las luchas, correr o saltar por el consultorio y comúnmente pretenden jugar al fútbol. Las niñas en cambio suelen realizar juegos  pasivos; permanecen sentadas, juegan a las muñecas, a las comidas o conversan entre ellas. 

A medida que el número de las sesiones aumenta cada subgrupo va conociendo mejor las características e intereses del otro subgrupo, produciéndose un cruzamiento recíproco de críticas. Los varones pueden tildar a las niñas de aburridas, pasivas y débiles, mientras que ellas pueden escandalizarse del accionar de los varones pareciéndoles agresivos, brutos, avergonzándose de sus juegos y las malas palabras que pronuncian.

Esta dinámica conflictiva se funda en que la identidad sexual de los niños aun no esta fuertemente consolidada y les resulta sumamente ansiógeno compartir materiales en un espacio cerrado con participantes de distinto sexo. Existiendo la fantasía de que si se vinculan o utilizan materiales que son tradicionales del otro sexo podrían perder su identidad sexual.

En una ocasión ingresaron tres niñas a un grupo de varones que estaba trabajando hace tiempo. Si bien este ingreso se había trabajado con anterioridad no evitó que fuera sumamente ansiógeno para algunos de los participantes. Dos participantes masculinos se mostraron exaltados y verborrágicos, se escondieron debajo de la mesa como si representaran trincheras,  uno de ellos exclamaba: “tengo vergüenza de que me vean jugar”, “tengo miedo de que gusten mío…”, “¿y si me tocan…?”. 

El otro afirmaba “no me gustan las niñas porque son lentas, mejor es hacer todo rápido para llegar antes…”  posteriormente comenzó a agredir a una muñeca de la caja de juegos hasta desarmarla completamente.

Hasta aquí podríamos observar que ante la presencia de los aspectos femeninos ambos varones necesitan aliarse mediante un juego en común que les permita preservar sus identificaciones masculinas y defenderse de la angustia generada mediante el mecanismo de regresión y las defensas maníacas. 

Se interpreta que la presencia de las niñas les resulta muy movilizante, no solo por su condición femenina sino porque son vividas como invasoras desconocidas que vienen a utilizar los materiales y especialmente a absorber y demandar la atención y amor del terapeuta que es valioso para ellos, teniendo que compartir con las niñas todo los objetos buenos que él les brinda. Los niños aceptan la interpretación afirmando “si, son invasoras!…”.

En la siguiente sesión el primer niño refiere que gusta de una compañera de clase y que esta celoso de otro que no le permite acercarse a ella. Esto mostraría que la intervención del terapeuta permitió que sus aspectos persecutorios perdieran intensidad, pudiendo confiar más en el espacio y de ese modo expresarle al grupo de un modo más organizado sus fantasías.  

El segundo por su parte comienza a atacar a una de las nuevas integrantes arrojándole insistentemente juguetes a su bolso, aduciendo que quiere divertirse. Se le devuelve que continua enojado con el ingreso de las niñas al grupo y que ese enojo lo descargaba mediante la agresividad, en la sesión anterior hacia la muñeca y ahora hacia el bolso de la niña. Siendo ambos objetos  representantes simbólicos del conflictico y de lo femenino.

Esta intervención permitió que en el niño se construyera una continuidad entre las distintas sesiones que le facilitó la comprensión e integración de los distintos acontecimientos y de su significado. Paulatinamente la actitud del niño fue cambiando hasta que espontáneamente decide cambiar de juego. 

La niña agredida que había adoptado una actitud pasiva durante la sesión  encuentra una salida maníaca a esta situación, realizando con una hoja de papel un caramelo para compartir con el grupo. Se le devuelve que la resolución de este conflicto le permitió integrarse al grupo y que esta agradecida con él y con el terapeuta por haber intercedido adjudicándole sentido a la situación. 

Podría parecer que en esta situación se vieron involucrados solamente los dos niños y la niña pero en realidad todo el grupo participó del desarrollo y resolución del conflicto. Ya que el resto de los participantes fueron espectadores de la escenificación, brindaron su atención y se nutrieron de las devoluciones y códigos que les brindo el terapeuta, los cuales quedaron resonando  en sus inconcientes y a disposición para futuras asociaciones. 

La conflictividad entre pares como dijimos puede ser muy variada, disputas por los juguetes, por la atención del terapeuta, conflictos vinculados a la diferencia de los sexos, al uso de la tecnología, rivalidades entre simpatizantes de distintos cuadros de futbol, conflictos entre perdedores y ganadores en un juego. Cada una de estas situaciones muestra las particularidades de cada paciente pero tienen en común a nivel transferencial la reedición del vínculo primario tanto hacia la figura del terapeuta como con los otros objetos. En la actualidad y siguiendo los aportes de Lacan vemos que este vínculo suele estar signado por la demanda constante de placer y de atención, especialmente a través de la mirada del otro que le permite verse, teniendo un efecto confirmatorio de su existencia y de su deseo de ser todo para el otro. En esta dinámica no existe lugar para la espera porque es vivida como un vacío representacional generador de displacer y como una herida narcisista. La cual se expresa como frustración en sus diversas formas -llanto, enojo, oposicionismo, temor, agresividad, exitación psicomotriz- siendo intensamente dolorsa y amenazante, ya que podría repetirse en cualquier momento y para la cual el paciente no tiene los recursos interiorizados para afrontarlo o defenderse. 

Todos los ejemplos, conflictivas y dinámicas citadas anteriormente nos conducen a un tema crucial en el trabajo con niños, los límites. Pavlovsky (1987) recomienda que se evite en los grupos de niños el uso excesivo de la agresividad, dirigida tanto hacia el terapeuta o como hacia los restantes integrantes del grupo, ya que el agresor puede sentirse culpable, dañándose el vínculo transferencial con el grupo y promoviendo fantasías persecutorias de carácter retaliativo. 

Los niños tienden a utilizar su físico para expresar y elaborar situaciones, por lo que es común que dramaticen agresiones o situaciones conflictivas para elaborarlas pero es importante que no sea peligroso para la integridad física ni emocional de ninguno de los integrantes y que la actividad nunca pierda el “como si”.

La presencia de los límites si bien es frustrante y generadora de disconformidad para el niño o el grupo, transmite al mismo tiempo la sensación de seguridad y de igualdad entre los participantes, transformándose el grupo en un lugar firme para depositar sus conflictos y ansiedades más arcaicas. Si no hay límites el niño siente que la situación puede salirse de control, lo que a su vez genera más ansiedad persecutoria, quedando validado el uso de la agresividad.  

La puesta de limites debe ir acompañada de un proceso de simbolización, que le brinde al niño la posibilidad de tejer una red de sentidos que le permitan pensar las dinámicas en las que esta inmerso, brindándole posibles modos de resolución para que sean introyectados, fortaleciendo y madurando su yo.

 

Comúnmente lo que comienza siendo un juego pasivo entre dos varones puede desembocar en un conflicto grupal, por lo que el terapeuta debe estar muy atento a lo que esta sucediendo en el grupo. En una ocasión dos niños comenzaron a rivalizar e insultarse en torno a los cuadros de futbol de Peñarol y Nacional, rápidamente cada uno de ellos se transformo en el líder de su subgrupo. Los demás los arengaban para que confronten y se burlen del otro bando. Los participantes insultaban, desvolorizaban y rompían los dibujos del otro bando. Los niños se  identificaban con su líder e idealizaban su equipo de fútbol, viviendo la desvalorización de su cuadro como un ataque que generaba una herida narcisista profunda, de la cual se defendían mediante mecanismos regresivos y maníacos que no eran efectivos ya que no hacían mas que agravar la conflictiva inicial. Así todos los niños quedaron envueltos en una espiral de agresividad e impulsividad que no conocía límites ni códigos, a no ser por los inscriptos por el terapeuta, pero ambos niños estaban tan exaltados que no podían escuchar, por lo que se resolvió retirarlos del grupo, siendo retomada la temática en sucesivas sesiones. 

En ocasiones los niños piden para ir al baño, si bien se puede cumplir con este pedido es importante notar cuando comienza a reiterarse entre los integrantes del grupo. Lo cual puede estar asociado con la necesidad de ver a los padres en la sala de espera y así defenderse de la fantasía de ser abandonado u olvidado. También puede representar una forma de tomar distancia del grupo al defenderse evitativamente de una temática que le resulta movilizante o abrumadora. Cuando un integrante pide y luego todos quieren ir al baño puede ser visto como una dinámica lúdica placentera que si se instala  puede entorpecer el trabajo terapéutico. 

Recuerdo que en una sesión un niño que recientemente había ingresado al grupo se mostraba muy interesado por las notas que ocasionalmente tomaba, preguntando insistentemente qué hacía con ellas, pareciendo que mis respuestas nunca lo conformaban. A continuación el niño termina admitiendo que no confía en el espacio ni en los integrantes del grupo y pregunta al terapeuta con tono angustiado “vos mentís…?” Mi respuesta fue negativa. 

 

Considero que esta intervención fue acertada ya que tuvo como efecto la disminución de sus ansiedades persecutorias y las del resto de los integrantes, permitiendo que el grupo elabore entorno a las mentiras, los engaños o las traiciones que han experimentado y que los lleva a tener vivencias persecutorias con respecto a la realidad y a sus padres. 

En la actualidad los niños están familiarizados con las nuevas tecnologías, dentro de ellas las preferidas son la computadora e internet, los video juegos, la tablet y el celular. La interacción con estos objetos suele estar signada por la necesidad de satisfacción inmediata, la búsqueda de placer y diversión que se transforma en un ideal narcisista que envuelve al niño en una dinámica hedónica. 

Comúnmente al vincularse con estos aparatos los niños buscan repetir una experiencia de satisfacción y una restitución narcisista antes vivenciada pero la cual debe ser cada vez mayor ya que de lo contrario perdería su carácter exaltante. Así el niño comienza una búsqueda infinita de gratificaciones que lo lleva a querer pasar de niveles, a experimentar nuevos juegos anhelando el éxito y el reconocimiento del entorno, que no es más que un sustituto de la búsqueda del reconocimiento y de la restitución narcisista que se fue gestando con su madre.

En esta dinámica no existe ningún límite ni es necesario interactuar con otra persona porque el objetivo es alcanzar la diversión personal cumpliendo solamente las reglas del juego. Si existe interacción, el otro no es más que un auxiliar, un nexo intermediario indispensable que permite la consecución de la satisfacción personal. 

Suelen identificarse con el protagonista de los juegos y con sus características, especialmente con su omnipotencia e indestructibilidad, la capacidad de transgredir los límites y desafiar las normas sociales, como si los niños lograran hacer en la fantasía lo que no pueden lograr en la realidad.

Se identifican también con youtubers o players, los cuales son idealizados ya que representan el ideal de éxito, el cual está conformado por la diversión, la alegría con ribetes eufóricos, la excitación, la rapidez en los juegos y actos ya que no hay lugar para la espera. Estas figuras no solo encarnan los ideales narcisistas de los niños y adolescentes de hoy sino que debido a la gran cantidad de horas que suelen estar frente a la pantalla o monitor se transforman en el modelo a seguir mostrando un camino posible para obtener  reconocimiento  y el ideal hedonista.   

En una sesión una niña saca su celular y comienza a manipularlo, los otros participantes le increpan esa actitud y le exigen que lo guarde aduciendo que su uso estaba prohibido, sin embargo la niña no cambia su actitud. Se decide entonces abrir esta situación al resto de grupo para poder pensarla ya que en realidad en el encuadre nunca se pautó la prohibición de esos artefactos. Se trabaja con el grupo las características de la tecnología y las redes sociales, sus aspectos positivos referidos a la facilidad para comunicarse, aprender, jugar pero también sus riesgos y la necesidad de postergar la satisfacción que brinda. Se explicita que con el celular se podría obtener una foto del grupo y de sus integrantes la cual podría circular por internet sin límite atacando la confidencialidad del espacio y la privacidad de cada uno de sus integrantes. Al escuchar esto la niña expresó asombro y guardó el celular inmediatamente. La explicitación de estos últimos aspectos se asoció con los elementos  persecutorios de la niña, la cual resigno el objeto y su gratificación con tal de preservar la confidencialidad del espacio tan valorado para ella, defendiéndose así de la culpa y de la fantasía de verse ella misma perjudicada por otro niño que pudiera tomar la misma actitud en el grupo.  

 

Características del terapeuta

El éxito terapéutico en el trabajo con niños depende en gran medida de los elementos teórico-técnicos incorporados en el terapeuta pero también de sus características personales que le permitirían empatizar y comprender al paciente. Donde no solo se transmiten significados a través de las intervenciones verbales sino también mediante lo preverbal y la gestualidad, aspectos a los que los niños son muy sensibles. A todas estas características  o habilidades del terapeuta Pavlovsky y sus colaboradores denominan  “actitud interpretativa”. 

Es importante que el terapeuta conozca las particularidades de cada paciente al funcionar en el grupo, prestando atención a sus juegos, sus valores, sus intereses, su vocabulario, sus modos de responder a los conflictos, detectando los subgrupos que se forman, sus líderes  y las rivalidades. Esto le permitirá sentirse mas seguro a lo largo de las sesiones, tener más certeza al momento de decidir cómo proceder, prever futuras reacciones de los niños y ser más eficaz en sus intervenciones ya que al hablarles utilizando sus propias palabras y respetando sus significados se facilita la apropiación y elaboración por parte de los niños. 

El trabajo con niños le exige al terapeuta moverse por el consultorio, adaptarse a la vertiginosidad de la dinámica grupal y participar de los más variados juegos. Esta interacción puede hacer reeditar sus aspectos infantiles los que lejos de ser un estorbo pueden estar al servicio de su trabajo, permitiéndole entender y reconocer agudamente la conflictiva o fantasías de los niños. Como dice Pavlovsky “no todo lo infantil es neurótico, sino solo lo infantil “no resuelto””(19:19). Este creo que es uno de los grandes desafíos de los terapeutas de niños y adolescentes, poder articular los aspectos teórico-técnicos junto con su historia infantil sin abandonar su rol de adulto. 

El terapeuta debe tener, a mi entender, algunas características que son fundamentales, entre ellas la paciencia. Ella le permitiría al terapeuta respetar el timinig de los pacientes y evitar sus propias frustraciones ya que en los grupos es necesario reiterar las devoluciones e insistir periódicamente en la puesta de límites. La presencia y las intervenciones sistemáticas del terapeuta contribuyen a generar una atmósfera de solidez, coherencia e integridad del terapeuta y del espacio que los niños perciben y les brinda seguridad, transformándose en un objeto bueno que puede sintetizarse con sus objetos malos. En el grupo los niños hablan, gritan y juegan continuamente sin esperar una interpretación del analista, por lo que se debe estar atento a encontrar el momento y el modo de intervenir. 

La flexibilidad es otro elemento que considero esencial en este tipo de actividad. Los niños con su espontaneidad y creatividad pueden ser sorprendentes y es muy importante que el analista habilite, sostenga y trabaje con esa creación inédita. El analista en sesión grupal debe resolver múltiples situaciones diversas; por momentos debe realizar intervenciones grupales, en otros subgrupales y por momentos individuales, debe estar abierto a trabajar distintas temáticas pero también ser coherente y firme en las indicaciones o limites que instaura.

 

Conclusiones.

El grupo terapéutico de niños o adolescentes puede ser un dispositivo de trabajo efectivo si su funcionamiento se sostiene en el tiempo y si se respetan ciertas condiciones de trabajo.

La efectividad del grupo está vinculada con la similitud entre los participantes en lo que respecta a sus intereses y características evolutivas y con lo movilizante que resulta para los niños. Esto hace que en el proceso surjan y se actualicen diversas asociaciones, conflictivas, ansiedades y defensas que abordadas en el grupo posibilitan la paulatina elaboración e integración por parte de los participantes.

Este tipo de terapia también plantea algunos desafíos para el coordinador. Al no existir un criterio unívoco para indicar el ingreso de un niño al grupo la decisión final al respecto la debe tener el terapeuta del grupo, el cual puede evaluar el funcionamiento del niño inmerso en la dinámica grupal y así contar   con elementos empíricos que determinen la pertinencia de la continuidad del niño en el espacio.

El grupo terapéutico le exige al coordinador resolver y atender eficazmente distintas situaciones y variables, por lo que su tarea requiere experiencia,  formación y empatía con los pacientes, de este modo su actividad se torna una tarea difícil que requiere pericia.

Referencias

  • Bleichmar, H. (1997). Introducción al estudio de las perversiones. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Dor, J. (1994). Introducción a la lectura de Lacan. Barcelona: Gedisa.
  • Garbarino, H., Freire de Garbarino, M. y Mieres de Pizzolanti, G. (1970). Psicoanálisis grupal de niños y adolescentes. Montevideo: Oficina del libro-aem.
  • Glasserman, M. R. y Sirlin M. E. (1974). Psicoterapia de grupo en niños. Buenos Aires : Nueva Visión.
  • Grassano de Piccolo, E. (1984). Indicadores psicopatológicos en técnicas proyectivas. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Pavlosky, E. (1987). Psicoterapia de grupo en niños y adolescentes. Buenos Aires: Ediciones Búsqueda.
  • Pichon-Riviere, E. (2010). Teoría del vínculo. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Pichon-Riviere, E. (1999). El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología grupal (I). Buenos Aires: Nueva Visión. 
  • Sirlin, M. E. (1975). Una Experiencia terapéutica: Historia de un grupo de niños de 5 años. Buenos Aires: Amorrortu.

 

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